Los que sobramos
Número 46 - Enero 2003
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Un muy antiguo adagio oriental afirma que «la vida duerme en la piedra, sueña en la planta, despierta en el animal y sabe que está despierta en el hombre». Lo que ningún adagio oriental dice –que yo sepa– es la razón de ese flujo vital que ha llevado, de momento, a que una piedra se crea ya un humano. O que un humano crea estar muy lejos de ser una simple piedra. Hasta ayer, yo –como tantos– me sentía propicio a opinar que la mano que nos mueve –que consideramos invisible y a la que damos el nombre de Dios– era, en efecto, como afirma el adagio oriental, una mano tan invisible como bien intencionada y que no buscaba otra finalidad que abrirnos más y más nuestra capacidad intelectiva hasta el punto de haber hecho un corazón de una piedra. Pero ayer descubrí que no es así. Verán…

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