Ver no es mirar
Número 36 - Febrero 2002
Tiempo de lectura: 3 minutos
Observen a un niño de poca edad jugando. A un niño–niño, o sea, a ese enano juguetón incapaz todavía de utilizar el hemisferio cerebral razonador. Obsérvenle, por ejemplo, con la tapa de una simple caja de cartón. Y comprobarán que el niño ve. No apresa mentalmente el objeto. Esa tapa puede ser para el niño: un sombrero –se lo lleva a la cabeza y pasea con ella puesta–, una carretilla –que el niño empuja o arrastra tras, casi siempre, haber cargado en su interior alguno de los objetos que tiene a mano–, algo que golpear o con qué golpear a fin de sentirlo al tiempo que se siente a sí mismo–, un… ¡yo que sé las mil cosas con las que la creatividad del cerebro emocional de un niño puede identificar la simple tapa de una caja de cartón! Aunque sí sé que, finalmente, la arrojará fuera de sí porque, por un lado, así sondea ya un mundo exterior que en gran medida le es todavía ajeno y, por otro, en absoluto necesita apropiarse de algo. Sus incipientes ondas eléctricas cerebrales razonadoras todavía no le han hecho vulnerable. La apropiación de un objeto a él no le aporta más seguridad. Su seguridad, en el inicio de su infancia, no está todavía en la apropiación de los objetos exteriores, su seguridad sigue todavía dependiendo de sentir o no el afecto, la protección de quienes le rodean, especialmente de sus padres.

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