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Octubre 1999
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Un caso de diabetes con Anatheóresis

Tenía ante mí a un hombre joven al que acababan de diagnosticar una diabetes mellitus tipo 2. Concretamente, había dado 370 miligramos de azúcar a las dos horas. O sea, algo más del triple de lo que es normal. Y eso significaba –de acuerdo con la Medicina alopática– que iba a vivir el resto de su vida sujeto a la servidumbre de la insulina, a la insatisfacción de poco gratificantes dietas alimenticias, a una degradación de las funciones corporales… Para qué seguir. Aquel ahombre tenía ya un nombre de enfermedad con sus contenidos patológicos a los que someterse por prescripción médica. Y así, aquel hombre –hoy un buen amigo– me habló dolientemente de su enfermedad y lo hizo cual si esa enfermedad fuera algo ajeno a él, algo que desdichadamente y Dios sabe por que caminos había llegado hasta su cuerpo. ¡Que también es mala suerte! Y no es verdad. La enfermedad no es algo ajeno a nosotros. Es más, la enfermedad –en los términos en que la describe la Medicina oficial– no existe. La enfermedad no es un nombre y la descripción de los daños de ese nombre: la enfermedad es sufrimiento. El nombre es sólo una identificación descriptiva de la somatización que caracteriza nuestro sufrimiento.